La Navidad, junto a la
primavera, es para mí la época más bonita. Es genial estar en tu
casa leyendo con la familia al calor del fuego, comentando el frío
que hace o lo bonitas que están las calles. También es genial
cuando llega el momento de reunirnos todos.
Las casas reciben sus
antiguos propietarios, los cuales dejaron de habitar sus hogares por
algún motivo. Y lo mejor no es que vuelven a sus casas, sino que
vuelven a estar contigo, contándote sus experiencias, lo que han
vivido sin ti (lo cual no siempre sienta bien porque percibes que, de
algún modo, estás perdiendo a esa persona poco a poco). Después te
suelta un dulce como... “te he echado de menos” o un “me
gustaría que hubieras estado allí” y te das cuenta de que eres
importante para esa persona. Esa felicidad, esa maravillosa
felicidad, te hace estar alegre durante muchísimo tiempo. Y cuando
estamos comiendo observas a tu familia, desde el familiar más
pequeño hasta el más mayor y, a pesar de la grandísima diferencia
de edad, todos tienen algo en común: ese brillo en los ojos y esa
maravillosa e involuntaria sonrisa que te provoca la familia.
Yo por
fortuna tengo la enorme suerte de vivir todas esas sensaciones
maravillosas cada año y, por eso, me considero la persona más
afortunada y más feliz del mundo.
Nuria Rodríguez Ortigosa (2º A)
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