martes, 14 de diciembre de 2010

V Concurso Literario. III Premio de Narrativa

VACACIONES 09

Hacía ya dos horas que habíamos partido de la ciudad. El viaje se me estaba haciendo larguísimo, sin mencionar que el pesado de mi hermano pequeño, Lucas, no se callaba ni debajo de agua.
-Papá, ¿cuánto tiempo queda para llegar?- preguntó por enésima vez.
-No mucho, hijo ¡Mira, allí se ve el pueblo, a lo lejos!
Mi padre había cambiado bastante desde la muerte de mi madre. Ahora era un hombre mucho menos estricto que antes. Hacía ya más de un mes desde que mi madre había sufrido aquel terrible accidente que nos dejó a todos sin aliento, pero mi padre seguía deprimido. Trabajaba muchísimo y casi siempre fuera de la ciudad, así que no podía hacerse cargo de nosotros durante las vacaciones. Por este motivo llevábamos dos horas de viaje. Nos disponíamos a pasar las vacaciones en un pueblo perdido en la montaña. Allí vivía mi abuela materna, a la que no visitábamos desde hacía ya bastante tiempo, y que se haría cargo de nosotros mientras duraran las vacaciones.
Mi abuela vivía alejada del pueblo, en una gran casa de campo en la montaña. Su casa estaba cerca de un gran lago rodeado por un espeso bosque al que nunca nos dejaban acercarnos.
Yo no quería ir a aquel lugar que desde siempre me había parecido siniestro, además de eso, no quería separarme de mis amigas. Pero mi padre me había obligado. Mi hermano, sin embargo, de solamente cinco años, no se daba cuenta de nada, y estaba deseando llegar para zambullirse entre las aguas del lago. Pero yo ya tenía quince años y me había dado cuenta de lo delicada que era la situación, había escuchado más de una vez a mi padre llorando solo en su habitación. Jamás había visto u oído a mi padre llorar, ya que siempre había sido una persona muy alegre y divertida, a pesar de todo el tiempo que pasaba fuera de casa trabajando.
Ese treinta de junio hacía un calor horrible, y a medida que iba pasando el tiempo, más aumentaba la temperatura. Ya habíamos entrado en el pueblo, parecía un pueblo desierto, no había ni un niño por la calle. De repente, el coche empezó a emitir ruidos raros, y se paró de golpe. Mi padre se bajó para ver qué ocurría, mientras mi hermano y yo nos quedamos en el coche.
-Tengo malas noticias, el motor se ha estropeado y necesitaremos buscar ayuda- dijo mi padre preocupado.
-¡Lo que nos faltaba!- dije muy alterada.
-No te preocupes, Gema. Tocaremos en alguna casa para ver si pueden ayudarnos- me contestó para tranquilizarme.
Pasado un rato continuamos con nuestro viaje, y media hora después llegamos a casa de la abuela. Ella estaba sentada en el porche haciendo punto.

-¡Hola, Laura!- dijo mi padre entusiasmado. Siempre se había llevado muy bien con mi abuela.
-¡Muy buenas, Raúl!-contestó ella con el mismo entusiasmo.
-¡Hola, niños!- dijo dirigiéndose a nosotros.
Mi hermano y yo respondimos enseguida al saludo de nuestra abuela.
La verdad es que me impactó verla después de tantos años, ya que estaba más vieja y deteriorada por la edad.
Mientras mi padre se quedó hablando con mi abuela, Lucas y yo fuimos a dar un paseo por los alrededores. Estábamos al principio del verano, y por eso todo el bosque poseía los tonos verdes característicos de la estación. A su vez el lago estaba por debajo de su nivel normal, aunque sus aguas seguían siendo tan cristalinas como siempre. Lo único que había cambiado en el paisaje era que la pequeña casa del pescador ya no estaba. Este pequeño detalle me extrañó mucho, pero no le di mayor importancia. Pasado un rato decidimos volver a la casa, Lucas quiso quedarse balanceándose en un columpio que mi abuelo fabricó para mi madre cuando era una niña. Mientras tanto, yo quise volver a la casa. Cuando me disponía a subir las escaleras para entrar en el porche, me di cuenta de que una ventana estaba abierta, y justo detrás de ella se encontraba la habitación en la que mi abuela y mi padre conversaban. La curiosidad hizo acto de presencia en mí, y me coloqué debajo de la ventana para oírlos.
Escuché a mi padre decir que nos había llevado a ese lugar tan apartado y tranquilo porque no quería que los rumores de la gente nos hicieran daño a mi hermano y a mí. También escuché la súplica de mi padre a mi abuela de que nos cuidara muy bien y que nunca nos dijera algo que no pude escuchar. A causa de estas palabras de mi padre, me quedé muy extrañada y raramente triste, pues la voz de mi padre sonaba demasiado alicaída para sólo tres meses que íbamos a estar sin verlo. Me asusté, ya que había algo escondido que no iba a saber, y que seguramente sería la causa del estado de ánimo de mi padre.
Acto seguido entré en la casa, y mi padre y mi abuela se callaron repentinamente. Se levantaron del sofá y se dirigieron hacia la puerta. Preguntaron por Lucas y yo les dije que se había quedado en el columpio. Al oír mis palabras se pusieron muy nerviosos y corrieron hacia el columpio tan rápido que no los pude alcanzar. Cuando por fin llegué al lugar donde se encontraban, me di cuenta de que mi hermano ya no estaba allí. Las expresiones de mis familiares transmitían su preocupación, y nada más verlos así me terminé de convencer de que algo no marchaba nada bien. Les pregunté pero no obtuve respuesta alguna, sólo conseguí las lágrimas de mi abuela.
Volvimos a la casa, para llamar a la policía. Y veinte minutos después había alrededor de la casa de mi abuela cuatro coches patrulla. Mientras mi padre les daba los datos y les describía a mi hermano, mi abuela me preparó una tila para que me calmara. Le pregunté qué era lo que ocurría, pero mi abuela era tozuda, y por más que le insistía no obtenía respuesta. Así que decidí buscar yo misma la respuesta a mi pregunta.
Subí las escaleras apresuradamente, pues había escuchado a mi abuela decir que siempre guardaba las cartas que recibía en su mesita de noche, y yo había visto a mi padre más de una vez escribir cartas a mi abuela.
Me dirigí hacia su habitación silenciosamente, para que nadie me escuchara, y entré.
Estaba todo en perfecto orden y olía muy bien a su perfume. Fui a su mesita de noche, abrí el cajón y allí estaba. Era un gran paquete que contenía un montón de cartas. Busqué una carta que tuviera una fecha cercana a la fecha de la muerte de mi madre. Enseguida la encontré porque estaban ordenadas por la fecha.
Me dispuse a leer la carta, escrita por mi padre, dirigida a mi abuela. La grafía estaba muy cuidada, y en la esquina inferior derecha se podía observar la marca de una lágrima. Decía:
“Querida Laura: A 15 de mayo de 2009
Me duele mucho tener que comunicarte esto, pero tienes que saberlo. Susana, tu hija, ha muerto trágicamente. Al parecer alguien la ha matado mientras volvía del trabajo. Todavía la policía está investigando pero mientras tanto quiero pedirte por favor que te encargues tú de los niños. Tengo miedo de que la gente empiece a comentar delante de ellos y puedan sufrir más todavía.
Además, los niños creen que su madre ha muerto en un accidente de tráfico y yo tengo que trabajar durante las vacaciones. También quiero alejarlos de cualquier persona que les pueda decir la verdad. Yo quiero que más adelante, cuando se descubra quién ha sido el asesino, decirles la verdad. Pero mientras tanto prefiero que todo sea como digo. ¿Podrás ayudarme?
Contéstame pronto.
Espero tu respuesta.
Raúl”
Cuando terminé de leer la carta se apoderaron de mí unas ganas de llorar impresionantes, pues mi padre me había mentido con la muerte de mi madre, mi hermano estaba desaparecido por mi culpa y mi abuela no había querido decirme la verdad. Pero reaccioné deprisa y pensé que mi abuela seguro había respondido a la carta de mi padre. Empecé a buscarla y poco después la encontré. Ésta decía:

A 23 de mayo de 2009
“Querido Raúl
No sabes la tristeza que siento, pero hay que seguir viviendo así que estoy dispuesta a aceptar tu petición. Tráemelos cuando les den las vacaciones y quédate tranquilo. En cuanto a lo del asesinato sé quién ha podido ser.
Hace tres años, un pescador que vivía cerca de aquí, en la otra orilla del lago se endeudó conmigo y no quiso pagarme la deuda. Estaba loco y no iba a entrar en razón, así que lo denuncié y salió perdiendo.
Juró vengarse de mí, yo, asustada, se lo conté a la policía y mandaron una orden de alejamiento, ya no vive aquí.
Seguramente mi pobre hija ha pagado el juramento de ese hombre. Informa a la policía de ello, espero tu respuesta.
Laura”
Bajé apresuradamente a la cocina, lugar en el que se encontraba mi abuela. Le dije que había leído las cartas y se rindió.
Me dijo que no me preocupara por ese hombre, que la policía ya lo estaba buscando.
Intentó tranquilizarme pero no lo consiguió, pues yo no había olvidado la desaparición de mi hermano. Le mencioné que si había alguna posibilidad de que ese pescador lo haya podido raptar, ella me contestó, muy a su pesar, que sí, en un tono turbado.
A continuación de la conversación con mi abuela, entró mi padre en la habitación. Y mi abuela lo puso al tanto de que yo ya lo sabía todo. Pero eso no puso nervioso a mi padre, pues por una vez en un mes y medio, su expresión había cambiado. No parecía tan preocupado como siempre. Es más, su cara hacía un pequeño alarde de felicidad y tranquilidad. Detrás de él estaba mi hermano, lleno de barro, llorando pero sano y salvo. Al parecer, se había ido a explorar campo sin el permiso de nadie. Además de esa buena noticia, la policía acababa de comunicarle a mi padre que ya se había encontrado al asesino de su mujer.
Al final no acabó todo tan mal como me parecía. Aunque mi hermano y yo nos quedamos allí todo el verano.
La policía se fue enseguida. Y mi padre, aunque partió con el susto en el cuerpo, se despidió de forma muy cariñosa de los tres. Pues de alguna manera, se quitó un gran peso de encima al saber que el asesino ya estaba entre rejas, y que nosotros ya no corríamos ningún peligro.
En cuanto a nuestra estancia en casa de la abuela, no se hizo tan larga como esperaba. En realidad me lo pasé bien e hice amigos en el pueblo. Conocí a tu padre también…
-¡Oye!, ¿me estás escuchando?
-Sí, mamá. Ya me has contado lo mismo un montón de veces. Ahora viene que me cuentes que casi te ahogaste en el lago y que al abuelo Raúl lo ascendieron en el trabajo, y que por eso pudo pasar mucho más tiempo con vosotros.
-Sí, y además nos fuimos a vivir al pueblo con mi abuela Laura.

Julia Mª Díaz Liñán

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